lunes, 31 de agosto de 2009

Arquitectura de la luz


El hombre, ser superior por antonomasia, es también el más desprotegido de todos. Físicamente construimos fortalezas, elevamos muros, descubrimos vacunas e ideamos transplantes de la más diversa indole ... pero estamos infectados de un virus mucho más poderoso: la sed de conocimiento, el hambre de infinito ... las ganas de rascar donde ya no queda nada.

Este tema es, sin duda, una de las obsesiones de mi vida. El sello que llevamos impreso, la marca de Caín, el antojo de nacimiento ... lo que convierte nuestra vida en un regalo y en una carga (en un tesoro y en una responsabilidad). La sensación es clara: un premio de miles de millones que no puedes gastar porque las tiendas están cerradas. No sabemos quién nos dio el dinero y, por supuesto, no sabemos quién cerró las tiendas.

Esa sensación no es igual en todas las personas. Ese hambre está difuso en muchos de los casos ... a veces incluso no está.
Creo en la predestinación. Creo que no todos son los elegidos. Sin mesianismos ... pero sin avergonzarse de ello. Creo que entre Darwin y Nietzche sentaron las bases de lo que somos: puntas de lanza de la evolución (física para el inglés y, lo que es más importante, intelectual para el alemán). Creo que esto no incumbe a razas, religiones o emplazamientos geográficos. El induvidualismo, el elitismo, la desigualdad natural no sigue los canones facilones de las ideologías asesinas del Siglo XX. Es mucho más sencillo que todo eso. Se tiene o no se tiene.

Somos un puente entre el hombre y el superhombre. Entre el gusano y la luz. Entre el fango y el sol. Eso es la religión entendida de verdad. La arquitectura de ese puente. Una arquitectura de la luz.

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